Manifestó una vez el científico colombiano Rodolfo Llinás, autoridad mundial en investigación neurológica que: “Predecir el comportamiento inteligente no es difícil, pero predecir el comportamiento estúpido es imposible” y agregaba: “la razón es sencilla: lo inteligente es limitado, pero lo estúpido ilimitado”.
Traemos a cuento esta manifestación de uno de los hombres que ha sido nominado al premio Nobel de Medicina, que ha recibido la medalla Albert Einstein de la UNESCO y quien presidió el grupo de investigación Neurolab de la Nasa al conocer el procedimiento que se emplea en nuestro país para la aplicación de normas que según los eruditos criollos deben aplicarse para que después de este caos la actividad cotidiana retorne a la sensatez y no repetir la historia.
Traemos a cuento esta manifestación de uno de los hombres que ha sido nominado al premio Nobel de Medicina, que ha recibido la medalla Albert Einstein de la UNESCO y quien presidió el grupo de investigación Neurolab de la Nasa al conocer el procedimiento que se emplea en nuestro país para la aplicación de normas que según los eruditos criollos deben aplicarse para que después de este caos la actividad cotidiana retorne a la sensatez y no repetir la historia.
Y vamos a tomar como base el procedimiento más invocado por el ciudadano del común que es el de la aplicación de la Justicia. En un país en el que los medios de comunicación se internan en todos los vericuetos de la actividad diaria, se descubren monstruosos asesinatos, cruentas masacres, execrables crímenes y tortuosos atracos, no solo al aparente potentado, sino, lo más grave, a los dineros del Estado, dineros sagrados que son el producto del sudor del contribuyente primario que es el pueblo. Y se muestran con grandes titulares que los estudiosos jueces y fiscales proceden a sesudos análisis que concluyen en que los peores bandidos, violadores, delincuentes, asesinos, embaucadores, estafadores, homicidas y maleantes, deben ser condenados a bajas penas, si es que se atreven a dictarles sentencia, para que purguen sus penas en sus respectivas residencias o que, por el hacinamiento penitenciario, ni siquiera vayan a prisión y si van, que sea escasamente a dormir y contestar lista.
Pero el aparato judicial, que debiera aplicar la justicia en todo su rigor para castigar lo que realmente es y debe ser castigable, se desgasta en la investigación, esa si exhaustiva, de casos simples que por deducción lógica no ameritan mayor tramitología, como son ciertas denuncias, que curiosamente suelen ser presentadas por vagabundos transgresores permanentes del Código Penal que amparados en amistades con funcionarios de alto rango emplean a los burócratas del sistema para que conviertan el chisme y la conseja en escandalosos casos que solo buscan el protagonismo del denunciante, por lo regular para el logro de un beneficio personal, que casi, nos atreveríamos a aseverar, es solo parte de un bien logrado tipo de extorsión, pues a la larga, lo que buscan son beneficios económicos.
Definitivamente, como lo aseguraba el mismo científico: “mientras no se defina el concepto de valores, no habrá solución al problema, pues son estos los que cambian de modo directo las estructuras de la sociedad. Por eso hay que “educar los valores”. ¿Y mientras se educan esos valores,, qué hacer para evitar los desafueros que se cometen con ciudadanos que se ven atropellados en sus derechos por actuaciones increíbles de operadores de justicia que actúan simple y llanamente por el deseo de agradar a sus amigos y compadres con la recóndita esperanza de obtener una reivindicación a futuro?
Estos debieran ser puntos de reflexión de legisladores e integrantes de altas cortes que ahora se presentan en diversos actos como las victimas luego de permitir que se desnudaran sus apetitos personales y sus non santos deseos terrenales.
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